Querido Oscar Niemeyer:

Señor Niemeyer,
Conocía relativamente su obra pero profundicé en ella días antes de viajar a Avilés para fotografiar su último proyector.
Quería saber más sobre sus edificios, del blanco de sus espacios.
En cierta ocasión apuntó:
"No me atrae el ángulo recto ni la línea dura e inflexible creada por el hombre, lo que me atrae es la curva libre y sensual, la curva que encuentro en las montañas de mi país, en el curso sinuoso de sus ríos, en las olas del mar, en el cuerpo de la mujer preferida, y las del universo".
Su Centro Cultural Niemeyer ponía en el mundo a esa pequeña pero entrañable ciudad asturiana, sus habitantes abrazaban al recién nacido y yo me dejaba engullir por sus espacios para intentar reflejar en imágenes el espíritu de su creación.


Nueve meses después de su inauguración, razones políticas, envidias, desavenencias y demás despropósitos del ser humano han borrado de sus blancas paredes ese rótulo rojo que daba la bienvenida a todo aquel que se acercaba hasta él.
De nuevo, la cultura era pasto de las llamas de aquellos que son capaces de eliminar toda huella cultural en pos de sanear la economía, en lugar de buscar soluciones para su futuro.
Ese futuro en el que usted siempre ha creído y ha defendido.

Ahora observo las imágenes que tomé y sus protagonistas parecen haberse convertido en fantasmas. Ahora más que nunca parecen flotar por sus espacios, como si todo hubiera sido un sueño, un dulce sueño del cual nos han despertado con un cubo de agua fría.
Me alegro que se niegue a que, si finalmente alguien se hace cargo del Centro, su nombre no figure en su cartel.
No quiero entrar a analizar o a buscar culpables de tal despropósito, hoy solo quiero felicitarle por su 104 cumpleaños que a buen seguro celebrará rodeado de buenos amigos en su querido Río de Janeiro e ideando nuevos espacios por donde la gente fluya por esos ríos de hormigón blanco.

Feliz Cumpleaños Maestro.